Tu vida fue una muchacha cansada
que se sentaba en la mesa del fondo para rifar suspiros
y lastimarte el tiempo de recordar.
Desde un libro a tu lado, junto a un express ya tibio,
Roberto Arlt despabilaba sus “ Siete Locos “
y el amor conspiraba entre las mesas
un atentado de miradas maduras.
Vos,
con la jubilación largamente parlamentada
por las canas y el tedio,
fumabas y ocurrías
con el aburrimiento del gesto repetido ;
Afuera, Buenos Aires te ignoraba, sumándote al montón.
Y por las noches – que te desconocían –
los neones guiñaban para cualquiera, menos para vos.
Un día no estuviste.
El grito del express quedó colgado cerca del mostrador.
( Tal vez hubo un gallego que comentó tu ausencia
y otro habitué pudo mirar la calle sin que vos lo taparas ).
La muchacha de la mesa del fondo gastó un suspiro extra
y dos moscas extrañaron el territorio de tu sobretodo.
Dos semanas más tarde,
la primavera entró por la mañana disparando alelíes
mientras vos desaparecías en tres centímetros de “ Clarín ”
que pasamos por alto,
buscando el resultado del partido donde la tarde antes
nuestro equipo favorito se había jugado la vida.
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