que muerde su cansancio de ocho horas corridas
y amanece esqueletos de revancha en la almohada.
Este hombre fue de intentos.
Y alguna vez le hicieron pomada los suspiros.
El hablaba un idioma sencillo, de palomas,
y poblaba la noche
con una cuota ansiosa de ilusiones modestas.
Y llenaba hasta el tope ceniceros de loza
en bares de billar y de ginebra.
Este hombre tan común, tan de todos los días,
habitaba los cines de Lavalle
y almorzaba panchos y coca-colas.
Y tenía un puñado de amigos. O tal vez,..uno solo.
Pero alguien a quién decirle.
O alguien con quién callarse.
Este hombre gris y quieto como una medalla,
pudo ser de un umbral o de una piba
debajo de una luna redonda como un ojo,
hasta que alguna vez
un párpado de nubes le borró la emoción.
El respiraba el tiempo
como si los relojes fundaran mariposas cada segundo nuevo.
Le gustaba Pugliese.
Era hincha de Boca.
Le jugaba al catorce de quiniela en quiniela.
En fin. Este era un hombre
como todos lo hombres a mitad de camino:
Un súperman de barrio,
un héroe de historieta embebido de luces
que soñaba la gloria detrás de cada esquina.
Este hombre como todos, este caso común,
no pensó que el camino está sembrado de otros hombres,
y que hay cosas que apestan
y miedos subsidiarios
y un montón de intereses ajenos
y una cola de gente que no puede
y entonces hace fuerza para que otros no puedan.
Y así fue que este hombre,
este pequeño hombre de intentos y de sueños,
…se fue volviendo manso.
Mario Iaquinandi
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