La luna no lo sabe.
Hay que avisarle que Buenos Aires se coló aquí dentro
donde hay un escenario y un silencio
esperando que los llenen de tango.
Aquí ocurre la noche
como un testigo adulto de esta convocatoria
que conjuga planetas invocados detrás de una vereda
para vivir de a mucho los minutos siguientes.
Allí, en los camarines,
tras un espejo grande y unas luces pequeñas,
hay un Homero duende y un Cátulo Castillo.
Y un misterio
que espera su momento de tocarnos a todos.
En este instante, hay un mundo olvidado allá afuera
que nos está esperando,
para que alguna vez volvamos a andar por su rutina.
Pero ahora, no existe nada más que esta presencia
que está frente a nosotros,
vertical y adueñada de todos los sentidos que flotan por la sala…
Aquí está
Esta Tana Rinaldi, longilínea y polenta.
Esta Susana, cachetada y tango,
melodrameando un tango con sus manos de pájaro poeta.
Y no hay más preocupación ni yeite que pueda seducirnos.
Susana canta un tango
y toda la verdad de Buenos Aires acusa las cuarenta.
Es como si de pronto
la ciudad se pusiera las ganas de esta mina
para justificarse así, de punta a punta,
y poder endilgarnos su magia permanente
sin dudas ni complejos.
Esta Rinaldi canta
y le viene de adentro todo lo que hay con qué,
para palmearnos con su arenga de lujo
y encendernos la piel
de esa desverguenza de muchacha
que no tiene una ley más razonable
que andar por el idioma como Dios, sobre el agua.
.
Mario Iaquinandi, Bs.Aires - 1979
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